Oración: Señor Jesucristo, sacerdote eterno y Pontífice de nuestras almas, que, habiendo apurado en la cruz todas la hieles del amargo cáliz de tu pasión, aún sentías sed de padecer más tormentos por la salvación de los hombres; sed que abrasaba tu purísima alma con más vivos ardores que la que atormentaba tu santísimo cuerpo. Despierta en nosotros esta sed en que ardía tu Sagrado Corazón, sed de sufrir más y más por tu amor, sed de hacer cada vez con más perfección tu divina voluntad en el exacto cumplimiento de nuestros deberes, sed de tu gracia, de tus virtudes, de tus dones y de tu gloria. Amén
Meditación: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. He aquí el pregón, he aquí la proclama que desde la Cruz nos envía nuestro buen Jesús. ¿Y por qué? Porque precisamente Él que es sapientísimo y conoce nuestras necesidades vino del cielo y se puso en esa Cruz para redimirnos y pagar lo que debía el mundo; pero también para enseñarnos lo que cada uno de nosotros debe hacer. Para mostrarnos con su ejemplo que debemos crucificar el hombre viejo, o sea, destruir todos los desórdenes heredados del antiguo Adán, a fin de que en nuestra vida aparezca el adán nuevo, el hombre de Dios "Ut vita Jesu manifesteur ir corpurabus nostris" para que la vida santa de Cristo se manifieste en nuestros cuerpos según dice San Pablo.
Para esto no hay más remedio que reproducir en nosotros la imagen de este Rey Crucificado: tenemos desordenados los pensamientos y es preciso sujetarlos con la corona de espinas de la mortificación: tenemos desordenados los pies y las manos, que tienden a andar y obrar por los caminos de la maldad y hemos de fijarlos en la cruz de la ley de Dios con los clavos de la mortificación: tenemos desordenados los efectos del corazón y es preciso destruir lo desordenado de estos afectos con la daga de la mortificación. Cristo crucificado! he ahí el modelo completo de la vida cristiana en este mundo.
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